EL RITO DE «CANI»

Al sur de la Argentina en Corrientes, en un pueblo diminuto, que enciende luces en su puerto con una mano y con la otra acaricia la espalda de escamas brillantes del Paraná.

Así es Bella Vista, tímidamente universal en identidad, como incluir en un mundo veloz y ferozmente globalizado las huellas digitales de sus hombres, para darle textura verdadera a la trama, cada vez más traumática del nuevo tiempo.
Primero desde el rescate del arte olvidado por máquinas de aniquilar conciencias, con sociedades que recuerdan más los nombres de sus asesinos que el de sus creadores.

Una pequeña luz encendida en Sudamérica, en el vientre creador de una madruga “Caní” traza líneas que los dioses interceptaron para él, que quizás estaban destinadas a otros hombres, Francisco J. Fernández escultor y dibujante de un pueblo, repite su insomnio de mil noches y retrata unos rostros de América (1954), paciente espera, y luego más líneas y más, y se le revela Leidy Godiva… y no se detuvo hasta crear a un Quijote en tierra de gauchos.

“Caní” padeció la calma de muchos artistas del litoral Argentino, abstraídos por la energía del paisaje, solo escapaba en locura en las noches como soñando quizás este nuevo tiempo de circularidad inmediata, donde todo está conectado como una serpiente sincrónica de dos cabezas, que desespera por cerrarse y morder mortalmente a todo último reducto carente de tiempo “el espacio creador”…

Desde aquí entonces, no el centro del mundo, no la capital de un imperio, no los dueños del tiempo, recuperamos con ”Caní” por un momento el espacio ritual ya en muchas culturas ausente y dejamos que todo fluya, solamente eso.

Francisco J. Fernández (1931-1998) por Gustavo Oviedo.

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